lunes, 10 de marzo de 2008

Aferrarse a la vida

Se siente la tensión en la atmósfera, enrarecida por la respiración de los hombres que me acompañan, algunos obligados, otros por propia voluntad. El choque del metal invade el ambiente; entre él, consiguen alzarse voces de ánimo, pero el miedo hace que no tengan ningún efecto sobre mí.

Llevamos años luchando contra el país vecino, por ideales ya anticuados, pero por desgracia, en la senil mente de nuestro rey, no se baraja la posibilidad de hacer un pacto que permita que ambos países coexistamos en paz, no, él no se contenta con menos que la aniquilación. Ni siquiera entiendo el porqué de esta guerra, que desola la frontera, que siembra de cuervos y sangre las llanuras.

Queda poco para llegar al campo de batalla y, mientras, avanzo toscamente por no estar aún acostumbrado a la armadura; recuerdo cómo irrumpieron en mi casa las tropas del rey, cómo contra mi voluntad me obligaron a abandonar a mi familia. Siento más odio hacia nuestro rey que hacia el país vecino, pero tengo que vencer, no porque mi nombre sea recordado, he de vencer para encontrarme de nuevo con mi familia.

Cuando vuelvo en mí, todos están parados, en silencio, un grito ahogado por la distancia da paso al combate. Mientras descendemos por la ladera de un pequeño monte, me percato de las dimensiones épicas de la batalla, en ese momento el pavor bloquea mi mente, soy incapaz de pensar, solo actúo. En mitad del combate no sé cuántas vidas me cobré, pero no les mataba por gusto, eran o ellos o yo; de repente, oigo a alguien detrás de mí, no alcanzo a girarme cuando siento el frío y mortecino beso del metal en mi hombro, un dolor insoportable me cruza todo el cuerpo, caigo al suelo, ya sin fuerzas, pensando en qué pasará con mi familia, pensando en todo lo que dejo atrás…

Mañana continuaré narrando el resto, dije. Los niños se van de la plaza del pueblo, aún extasiados por la historia, uno comenta con su amigo la veracidad de esta historia, pero el otro se mofa diciendo que eso solo son cuentos para crédulos. Llevándome la mano al hombro pienso para mí: Sí, solo son cuentos para crédulos.

David Sánchez Dueñas 1º1



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