jueves, 21 de febrero de 2008

La soledad del sacerdote


Patricio era un hombre solitario, siempre permanecía en el convento, rara vez se dejaba ver, vivía solo.

Era una fría y húmeda noche de diciembre, el viento navarro silbaba su fría canción.

El anciano y ahora moribundo sacerdote estaba sentado en su butaca, contemplaba por última vez la sinuosa danza de las llamas entre el ennegrecido roble de la chimenea, mientras escuchaba al viento estrellarse contra los arbustos y cipreses del jardín.

En ese momento, la copa que sostenía resbaló de entre sus dedos, cayendo en la tupida moqueta roja de la sala de estar.

Un dolor terrible e inesperado recorrió el brazo izquierdo del clérigo. Cayó desplomado.

Patricio era un hombre solitario, rara vez se dejaba ver, vivía solo, murió solo, bajo la atenta mirada de las cansadas rocas del convento.


Antonio Calvo Fernández 1º.1

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